Bajo La Rosa
Por Jorge A. Rosas
En la antigua Roma, cuando había una reunión y en la puerta de la entrada se colgaba una rosa, los temas tratados eran confidenciales. (sub rosae)
Recuerdo la primera vez que vi la película de “Canoa”, una producción mexicana de Felipe Cazals, que relata la historia de un grupo de trabajadores que salen un fin de semana para hacer un poco de senderismo en un volcán cercano al Popocatepetl, y que terminan siendo linchados por una turba enardecida por varios personajes de la comunidad que da nombre a esa pieza cinematográfica
Quienes conocen aquella historia, basada en un vergonzoso hecho ocurrido un 14 de septiembre de 1968 en una comunidad poblana, habrán sentido lo mismo, y se habrán hecho las mismas preguntas.
Ese sentimiento de incredulidad al ver como un grupo de personas, por falta de conocimientos, o por el simple hecho de ver en una persona al líder capaz de decidir por todos, arremete en contra de un grupo porque su ideología es diferente y por ende peligrosa para “la mayoría.”
Eso pasó en Canoa, en donde varias personas arengan al pueblo para capturar a aquél grupo de trabajadores, sin mayor razón que la “sospecha” y en medio de la valentía que da el grupo, inician un acto que hasta hoy marca esa comunidad.
Si bien, en medio de la vorágine de la violencia, hubo voces que pedían cordura, cuando la embriaguez del linchamiento ha llegado, es casi imposible parar las consecuencias de un grupo de personas que no habrán de escuchar argumentos.
Sí, es cierto, eso pasó en México, en una comunidad ubicada a solo 12 kilómetros de la ciudad de Puebla hace ya casi medio siglo, en un México diferente, ajeno a lo que hoy somos como sociedad, diremos la mayoría, intentaremos, algunos disculpar a los pobladores por su ignorancia, otros más la condenaremos y tacharemos de absurdo que en un grupo de cientos de personas, no hubiera una capaz de cuestionar dichos actos y hacer entrar en razón.
Pero, oh sorpresa, cuando esos actos, se muestran con mayor frecuencia en el México del 2019, aunque por la inmediatez de las noticias, la proliferación de publicaciones falsas y el falso sentimiento de ganar notoriedad a través de erigirnos en grandes “trasmisores” de noticias a través de las redes sociales se conviertan en hechos cada día más cotidianos.
Hace no mucho, recuerdo, a un político (y abro paréntesis para resaltar que no defiendo a nadie) al que las redes sociales lo atacaron sin misericordia por haber “dado agua en vez de quimioterapia” a niños con cáncer, historia creada por un, entonces, candidato a gobernador de un partido diferente, noticia, que por cierto, todavía no se puede probar, pero que bastó para detonar un linchamiento social.
O que decir de cuando vemos a grupos de ciudadanos que celular en la mano documentan agresiones físicas al ejército, a policías, o cuando celebramos que un grupo de personas haya golpeado a ladrones.
Pongo el caso, de un hecho ocurrido hace unos meses, en donde un grupo de personas linchó a un joven en Xochimilco, porque alguien lo considero “sospechoso” de un delito.
Si, aunque duela reconocerlo, la inmediatez del consumo de información, que no de noticias, nos permite desde el teclado linchar en automático a quienes consideramos “sospechosos, porque alguien así nos lo presenta.
Recuerdo también el sonado caso de una señora, que fue exhibida en redes sociales por haber sido grabada “abandonando” a su perro mientras éste seguía su vehículo por varias cuadras, miles de personas nos sumamos al linchamiento, gritamos nuestro coraje y emitimos nuestro juicio, para, darnos cuenta días después de la verdadera historia que distaba mucho de aquello que ya habíamos condenado en nuestras redes.
Sí, aunque no nos guste, la historia de Canoa se repite, cada vez con más frecuencia, y debido a nuestro hartazgo, cada vez nos produce menos emociones de condena o de rechazo.
Nos hemos acostumbrado a la embriaguez del linchamiento social.
Hoy tenemos un presidente de la República, que todas las mañanas señala con su dedo flamígero a quienes son buenos o son parte de la mafia del poder, es capaz de decir y “decidir”, por muchos, quienes son una buena prensa, o quienes son de la mafia del poder.
Nos estamos acostumbrando, a oír que las farmacéuticas (sin exigir prueba alguna o al menos lo nombres de dichas empresas) son las culpables de la campaña de desprestigio por la falta de medicamentos que hoy existe en varios hospitales.
Nos estamos acostumbrando a linchar a cientos de personas violando su “presunción de inocencia”, por el simple hecho de que alguien haya hecho una acusación en su contra, y nos hemos convertido en mayor o menor medida en replicadores de información que no es cuestionada.
Hoy no es raro que en medio de la teoría del “click” gané más dinero una historia llena de alarmismo que una buena pieza de periodismo de investigación, por el simple hecho que los cabezales de notas lo único que pretenden es encender en las audiencias el deseo de dar “click” a pequeñas historias sesgadas, con el único fin de ganar likes, retutis y número de visitas a una página.
Hemos logrado en las redes, construir otro Canoa, en el que la psicosis del terror vende, genera morbo, hemos hecho de la tragedia cotidiana la tierra fértil para emitir opiniones, más que considerarla tema de reflexión.
No nos importa dar retuit o gritar “linchenlos”, aún sin saber a ciencia cierta si lo publicado es real o no, no importa hoy generar eco a la desinformación, o a la violencia, porque en medio está nuestra eterna disculpa que encontramos en la impunidad mal aplicada para muchos.
No, hechos como el de Canoa, no pueden ser olvidados, menos aún normalizados en la simpleza de una acusación, no podemos permitir que otros decidan por nosotros y dejar de ser una sociedad coherente, pero sobre todo, capaz de cuestionar lo que consume de información.
twitter: @Jorge_RosasC